Se trate de sueños diurnos, de indelebles recuerdos o de la ineluctable necesidad de haber visto mucho en nuestra vida; se trate de conocimientos, de hábitos, de preferencias y hasta de emociones, lo que es indudable es que el escritor necesita entregarse y dejarse las pestañas en su obra. Me viene a la mente una frase de Balzac que en algún lugar y en algún momento recuerdo haber leído: "El genio es una larga paciencia".
Ninguno de los grandes, ni siquiera nuestro Dostoievski se vio libre del enorme y continuo esfuerzo de revisar y corregir sus textos. En una de las cartas a su hermano le cuenta que escribía una escena según se le ocurría en el primer momento pero que luego la trabajaba por espacio de meses y hasta de un año tachando en un sitio y añadiendo en otro: "...empiezo por escribir cada escena según se me ocurre en el primer momento, y me recreo mucho en ella; pero luego me estoy trabajándola por espacio de meses y hasta de un año. Me dejo entusiasmar por ella varias veces (pues me gusta la escena), y tacho aquí y pongo allá; y, créeme, siempre sale ganando la escena. Sólo que hay que tener inspiración. Sin inspiración, naturalmente, no se puede hacer nada".
Inspiración; aquella que Picasso decía que cuando te llegase te tenía que coger trabajando. O sea que la inspiración no le era tan sólo necesaria a nuestro Fiodor para desarrollar los argumentos de sus novelas preñadas de ocurrencias y recuerdos; la inspiración la consideraba también necesaria para refinar la obra: "todo lo que sale de un tirón está todavía verde" reconoce en esa misma carta, y asegura que Gogol tardó ocho años en escribir sus Almas muertas. ¡Qué sorpresa!, y nosotros los profanos que creíamos que los grandes no se paraban a corregir, a mejorar, a perfeccionar...
Pero sigámosle escuchando: "Para todo se requiere trabajo, una labor gigantesca, (...) Cualquier poemilla gracioso y ligero de Puschkin, nos parece a nosotros tan gracioso y ligero, precisamente por lo mucho que lo corrigió el poeta...".
También a su hermano Misha: "La suerte de las primeras obras es siempre la misma, las corriges hasta el infinito. No sé si Atala fue la primera obra de Chateaubriand, pero recuerdo que la corrigió diecisiete veces". Y hemos citado a Picasso, pero también el mundo de la pintura y de la constancia en el retoque está presente en la mente de nuestro autor: "Rafael pintaba durante años enteros, pulía su trabajo, lo perfeccionaba y como resultado surgía el milagro, los dioses emergían de su mano".
Sin embargo, ¡cuidado! Algunos llegaron a pasarse. De Marguerite Yourcenar se ha escrito mucho acerca de una gran manía confesada por una de sus biógrafas: un "extraño comportamiento autárquico que le lleva siempre a modificar, prolongar y ampliar lo ya parcialmente realizado", revisar y corregir su obra. "Refritos" fueron llamados algunos de sus libros; ella misma lo reconocía: "...que tantas veces reviso y reescribo algunos de mis libros, para perfeccionarlos y enriquecerlos si es posible". Se trata, a veces, de sus obras ya reeditadas las cuales corregía "para acercarse al máximo a lo que ella quiere decir exactamente".
Y no tan lejano en el tiempo se encuentra el reciente Premio Nobel de Literatura Vargas Llosa. Una conocida editora destaca de él sobre todo su enfermizo perfeccionamiento y su laboriosidad tratando de reescribir el texto una y mil veces hasta conseguir la excelencia aun cuando ya ese texto hubiera sido impreso.
A este respecto trataremos algún día sobre el caso de los escritores que editan sucesivas ediciones de sus libros, de sus novelas aureoladas con el éxito, habiendo introducido cambios en el texto.
¿Tenía razón Cioran al escribir que "Todo éxito es un malentendido"?
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