Tras esta portada de la novela histórica que lleva por título Rasgado el velo... ¡la deslumbrante oscuridad!, se esconde todo aquello que pudiéramos llamar la historia ficción, o más bien la tesis histórica que, tras varios e intensos años de indagación, nos ha llevado al convencimiento de que las cosas pudieron suceder de otra manera en el siglo XVI teniendo en cuenta las incoherencias, vacíos, sinrazones y oscuridades que hasta ahora hemos sabido de una época, la del Renacimiento, que tanto placer nos ha proporcionado conocer. Tengamos no obstante siempre en cuenta, y que conste en todo momento, que no pretende la novela sin embargo desdecir a los historiadores en todo aquello que ellos dejaron fehacientemente demostrado. No obstante, y tal como Unamuno enunció, sí decimos nosotros que siempre ha existido una «intrahistoria» (aquella que Ortega y Gasset llamaba "de hechos insignificantes") la cual casi nada o a nadie le ha importado o interesado. Una intrahistoria que como Unamuno aseguraba, se esconde como una sombra o sirve de fondo permanente a la otra gran historia más visible, la de "los grandes hechos viscerales" según a esta el mismo Ortega la denominó. Aquella, la de los hechos insignificantes, se diría, es la intrahistoria que nosotros intentamos relatar aquí. En esta portada, Carlos el Emperador aparece retratado por primera vez de cuerpo entero en 1532 por el pintor austriaco más famoso de la época, Jacob Seisenegger, que fue enviado desde Viena a Bolonia expresamente por Fernando I con motivo de la coronación de su hermano Carlos por el Pontífice, para que lo retratara; es el momento en el que podemos decir que a partir del cual comienza nuestra novela.
Una copia de este mismo retrato realizado por Tiziano (sin estar claras las razones y los motivos), es el que permanece y se exhibe hoy en el Museo del Prado.
Sinopsis
Carlos el Emperador es el gran protagonista de esta ficción histórica junto con algunos de sus más próximos familiares, allegados y protegidos. Habría que señalar que su relevante notoriedad en esta novela no lo es tanto debido a las grandes gestas de su mandato sino por otros sorprendentes hechos y sucesos hoy ignorados (supuestamente acaecidos y entonces baladíes para él y para los suyos) pero que posiblemente sí llegaron a tener una influencia nefasta y desdichadamente trascendental en nuestro país y que hoy nos siguen estando velados. Y ello a pesar, se diría, de que la fehaciente historiografía moderna los ha venido candorosamente exponiendo sin palabras pero con una palmaria evidencia.
Nos atrevemos a relatar en esta novela lo qué posiblemente pudo suceder en España a partir de la vuelta del Emperador desde Bolonia en 1533, una vez coronado por el Pontífice, hasta mucho más allá de su final en Yuste. En realidad, hasta la huida del país de un personaje pernicioso y lamentablemente funesto con el cual conjeturamos en la novela que le unían estrechos lazos de sangre, y el cual fatídicamente vino a jugar un triste papel en el devenir de nuestros ulteriores años e incluso siglos: el secretario Antonio Pérez. La realidad histórica ¿no es más que lo que nos cuentan los historiadores? (Ortega y Gasset)
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