Nos
atrevíamos a decir el día anterior que Séneca era actual, y vamos
a procurar razonarlo. Yo pienso que es actual dado que escribió poco
más o menos como si lo hiciera en un país democrático de nuestro
tiempo, con la única limitación de procurar no ofender al César y
a las instituciones del Imperio. Séneca —poeta, literato y
dramaturgo— no está sometido a grandes limitaciones de opinión;
tiene libertad de expresión en cuanto que ningún dogma le coarta ni
tampoco allí existen dictaduras políticas de las sufridas hasta no
hace mucho tiempo por occidente. No han arribado todavía a la
península itálica los fanatismos ni las intolerancias que durante
tantos siglos sacudieron a Europa.
Séneca,
que nos ha llegado como un estoico, puede escribir que no le teme a
la pobreza pero prefiere la riqueza —algo que no suena a
estoicismo—, y nadie se escandaliza. Séneca, entiendo yo, no se
siente comprometido con doctrina filosófica alguna; ha recorrido
todas, y de cada una de ellas se ha ido quedando con lo que le ha
parecido. Así, por ejemplo, se
justifica ante Lucilio de que un estoico como él recurra tantas
veces en sus citas a Epicuro —lo menciona más veces que a
Sócrates— cuya doctrina, aunque bastante lejos de la suya,
reconoce tiene cosas muy aprovechables.
Según
se cita en la Introducción de sus epístolas era «moralista más
que metafísico, realista y ecléctico en sus ideas, básicamente
estoicas pero fuertemente influidas por otras escuelas, la epicúrea
sobre todas; enemigo de dogmatismos, su espíritu inquieto lo lleva
al escepticismo y a la contradicción». Yo me atrevería a decir que
en verdad este hombre fue el primer «renacentista» —quizás por
eso lo adoraba Montaigne.
Séneca
escribe muy mediatizado por el ambiente de su época; es verdad que
el refinamiento, la voluptuosidad, el lujo y el despilfarro tal como
los describe, eran entonces enormes —tanto o más que ahora— al
menos según lo que cuenta en su epístola noventa y cinco. Se
necesitaba algo nuevo; una «filosofía» distinta. Por otra parte la
vida de un ser humano no tenía ningún valor; no le agradaba a Séneca
la esclavitud, hacía falta encontrar un poco de dignidad humana.
Algunos cambios se han producido desde entonces, aunque ¿qué
pensaría Séneca de las atrocidades de la última guerra mundial en
el corazón del «imperio» del cristianismo?
Séneca
busca el eclecticismo en casi todo; se diría que en su ética está
flotando continuamente aquella métrica epicúrea del placer que
llegó hasta los utilitaristas del diecinueve.
Tan pronto encuentro en Séneca un humanista que ha nacido una docena
de siglos antes de que se «inventase» el humanismo, como llego a la
conclusión de que Séneca, sin saberlo, fue un utilitarista; sobre
todo tras releer aquel su código de conducta titulado Sobre
la vida feliz.
He
aquí algunas sentencias suyas que posiblemente puedan sorprender. Y
he de decir que las traigo escogidas con la única intención de
darlo a conocer y «desencasillarlo»; en modo alguno con el ánimo
de hacer proselitismo:
—«Propio
de un espíritu pusilánime es no poder soportar las riquezas»
—«Todo
lo que ha de venir está en entredicho: vive al día»
—«El
sabio jamás provocará la cólera de los poderosos, antes bien la
esquivará»
—«Piensa
siempre en la calidad de la vida, no en su duración»
—«El
único bien, causa y soporte de la vida feliz, consiste en confiar en
sí mismo»
—«Es
preferible preocuparse de los propios males que de los ajenos»
—«Actuemos
en todos nuestros proyectos y negocios igual que solemos hacerlo
siempre que acudimos a un mercader: consideremos a que precio se
ofrece el objeto que deseamos»
—«Ten
cuidado de no hacer nada contra tu voluntad. No es uno desgraciado
por hacer lo que le mandan, sino por hacerlo contra su voluntad»
—«Téngase
con el cuerpo un cuidado muy solícito, mas de tal suerte que cuando
lo exija la razón, la dignidad, la lealtad, estemos dispuestos a
arrojarlo a las llamas»
—«¿Qué
es fundamental? Poder soportar la adversidad con ánimo alegre.
Sobrellevar todo lo que te suceda tal como si hubieras querido que te
sucediera (...) ¿Qué es fundamental? Un espíritu fuerte y tenaz
frente a las calamidades; no sólo ajeno al lujo, sino enemigo de él
(...) ¿Qué es fundamental? No acoger en tu espíritu los malos
pensamientos (...) ¿Qué es fundamental? Levantar el espíritu muy
por encima de los acontecimientos casuales (...) ¿Qué es
fundamental? Tener el alma a flor de piel»
—«No
me aterra ni el garfio, ni el magullamiento, horrible a la vista, de
mi cadáver abandonado a los escarnios. A nadie pido los últimos
obsequios, a nadie encomiendo mis despojos. La naturaleza ha previsto
que nadie quedase insepulto; a quien la crueldad ha dejado abandonado
el tiempo lo cubrirá»
Es
muy sincero el autor de su biografía, Socas —al cual citábamos el
día anterior— al presentar a un hombre tan contradictorio en su
vida y con tantos fervorosos admiradores e insidiosos críticos.
¡Cómo sabe vagabundear al igual que Montaigne! Sin pelos en la
lengua pasa por «el tiempo y la vejez, los viajes y las lecturas, la
amistad y el retiro, el silencio y el estudio, el miedo a la muerte,
el dolor y la pobreza, la serenidad y la firmeza ante los golpes del
azar, el rechazo de la estravagancia en el filósofo, los defectos
naturales y las pasiones, la necesidad de un modelo o guía
espiritual, la conciencia del bien y del mal, la participación en
política y la deuda del filósofo con el poder civil, los favores y
el agradecimiento, el trato con los esclavos, la salud, la dieta y la
gimnasia, el uso del vino, la virtud como verdadero y único bien, la
condición y eficacia de los preceptos morales, la elocuencia
conveniente al sabio, la divinidad que vive en nosotros, las
sutilezas dialécticas, la celebridad tras la muerte y la posible
pervivencia del alma»(1), y aún todo esto no es nada cuando nos da
noticia de lo que está sucediendo o acaba de suceder en su entorno y
lo que piensa sobre ello, sus sentimientos.
Dice
también Socas, y así lo he interpretado siempre yo, que «Séneca
transmitió una sabiduría mundana práctica en consejos breves y
sentenciosos». Y
se pregunta: «¿Qué
es alguien
cuando la gente dice de él que es un "séneca"? No otra
cosa que uno que se toma la vida con filosofía, que vive tranquilo y
fuerte, no se desquicia y es capaz de dejar caer alguna que otra vez
un dicho sentencioso».
Y me place
añadir a mí que para definir el «senequismo» hay que conocer al
Séneca que en su senectud hacía gimnasia y jogging
teniendo un esclavo como sparring;
el que con más de sesenta años y ánimo inquebrantable salta al
agua en un naufragio y alcanza a nado la orilla; el que no cesa de
leer, escribir, viajar, moverse y al tiempo cuidar de sus viñedos;
el que se priva a veces de ciertos delicatessen;
el que sabe soportar el sufrimiento cuando no tiene solución; el que
aunque tísico y asmático permanece inmutable ante el desánimo; el
que ha conocido el destierro; el que ha caído, y ha vuelto a luchar
y a subir; el que ha sufrido y ha gozado; el que posee una gran
riqueza como si no la poseyera, y la tiene con el aire de
provisionalidad del condenado a muerte; el que abandona cansado la
corte de Nerón enfrentándose a la voluntad del tirano; el que al
final de su vida acude a diario, como un joven, a escuchar clases de
filosofía; el que permanece aprendiendo hasta el último día de su
vida; el que escribe esas inigualables epístolas a Lucilio; aquel al
que ya la sangre no le sale de las venas de los brazos cuando
impasible se las abre por orden de Nerón, y tiene que recurrir a las
de las piernas y las pantorrillas, y al final hasta a la cicuta...
¡Habría
tanto que parafrasear de Séneca! Pero no debemos extendernos
demasiado; podríamos llegar al empalago. Tan sólo dejaré aquí una
larga parrafada que yo conservo en mi mochila especial, la que llamo
Breviario de certidumbres
en la que no tengo recogida ninguna cita literaria; únicamente las
vitales y vivenciales:
«Yo
miraré a la muerte con el mismo semblante con que oigo de ella. Yo
me someteré a los trabajos, sean como sean de grandes, apuntalando
el cuerpo con el espíritu. Yo menospreciaré igualmente las riquezas
tanto presentes como ausentes, ni más triste si se hayan en otro
lugar, ni más animoso si resplandecen a mi alrededor. Yo no me
percataré de la suerte ni cuando venga ni cuando se vaya. Yo veré
todas las tierras como si fueran mías, y las mías como de todos. Yo
viviré como sabiendo que he nacido para los demás y por ello daré
gracias a la naturaleza: pues ¿de qué forma ha podido llevar mejor
mis asuntos? Me ha dado a mí solo para todos, a todos para mí solo.
Todo lo que llegaré a tener ni lo guardaré avaramente ni lo
dilapidaré prodigamente: creeré que nada
poseo con más verdad que lo que haya dado con generosidad. No
calcularé los favores por su número ni por su peso ni por ninguna
consideración más que la del beneficiario; nunca para mí
significará mucho lo que reciba uno digno de ello. Nada haré por
una suposición, todo por mis convicciones. Creeré que todo lo que
hago sólo a mis sabiendas lo hago mientras me contempla la
gente. Para mí la finalidad de comer y beber
será apagar los deseos naturales, no atiborrar el estómago y
vaciarlo. Seré jovial con mis amigos, condescendiente y afable con
mis enemigos. Obtendrán cosas de mí antes de que las soliciten y me
anticiparé a las peticiones honestas. Sabré que mi patria es el
mundo y mis protectores los dioses, que éstos están por encima de
mí y alrededor de mí como jueces de mis hechos y mis dichos. Y
cuando mi espíritu o bien mi naturaleza lo reclame o bien la razón
lo libere, me marcharé dejando testimonio de que yo he amado los
conocimientos buenos, las aficiones buenas, de que por mi culpa no se
ha mermado la libertad de nadie, mucho menos la mía».
Goethe:
«Leyendo no aprendemos nada, nos convertimos en algo»
————————
(1) Socas,
Francisco: Séneca, cortesano y hombre de
letras