lunes, 27 de junio de 2011

Día Veintitrés: Aquella brisa oriental que nos electrizó

¿Qué probabilidades tiene hoy un joven de poco más de veinte años de que una editorial le acepte su autobiografía?
     Hace aproximadamente unos sesenta que un joven japonés le entregó un manuscrito con la suya a un editor el cual decidió publicarla. Le había dado el título Confesiones de una máscara y con ella se daría a conocer un autor con una compleja personalidad que a los occidentales nos llegó a fascinar. Se daba la circunstancia de que a Yukio Mishima el destino le había otorgado (además de otras increíbles capacidades) ese don especial que poseen los grandes escritores: una exquisita sensibilidad.

     Precisamente por haber terminado el último día con la literatura de la memoria he pensado que vendría bien hoy enlazar con esa obra mencionada: una autobiografía escrita por un muchacho de veintitrés años; recordemos aquello de autobiografía igual a senectud y chochez. Pero había otra razón para hablar de Mishina; percibí al mismo tiempo que era necesario salir del continente europeo y respirar nuevos aires y nueva época; vivir momentos más cercanos de la literatura; cabalmente irnos a Japón a mitad del siglo pasado.

     Resulta que cuando se acaban de leer los cuatro capítulos de que consta Confesiones de una máscara uno termina comprendiendo aquello que decía Misch sobre el mundo y sobre uno mismo que "ayer" traíamos a estas Notas. En el capítulo tercero de esa obra Mishima comienza diciendo: "Todos dicen que la vida es un escenario (...) Al finalizar mi infancia estaba firmemente convencido de que era así". Cita en ella también a Zweig y lo que pensaba sobre "lo que llamamos el mal y la inestabilidad de la humanidad". En una palabra, al leer esa autobiografía se empieza a comprender que al joven Mishima le preocupaban mucho el mundo y su yo.
     Analicemos algunas circunstancias y rasgos básicos de este joven que morirá siendo joven y desconcertará a la humanidad. Primera y fundamentalmente una estrecha convivencia con una abuela histérica y enferma a la que atendió durante su infancia: "A la edad de doce años, tuve una novia apasionada, de sesenta"; noches en vela escuchando sus gritos y lamentos causados por sus espantosos dolores del trigémino, ciática y cefalalgias; una intensa relación amor-odio dado que ella lo mima y al tiempo lo esclaviza: "Aquella hada loca puso en él, probablemente, el grano de demencia que antaño se consideraba necesario para el genio" (1); a todo ello hay que añadirle una naciente homosexualidad y atracción por el sadomasoquismo, algo que le acompañará siempre. En la misma obra confiesa que "le habían dado un menú completo de todas las desgracias de su vida cuando todavía era demasiado pequeño para poder leerlo". Y de ella escribirá más adelante que "es un último testamento que quiero dejar olvidado en los dominios de la muerte donde he residido hasta ahora".


     Todo esto sin embargo no es suficiente para poder atisbar por qué fue como fue Yukio Mishima. Cuando se publica esta obra Mishima el japonés está ya occidentalizado puesto que además de la cultura de su país ha absorbido casi toda la del mundo occidental. En la universidad ha estudiado derecho alemán, le ha deslumbrado el mundo de la Grecia clásica con sus mitos y narraciones y especialmente su culto a la belleza y, finalmente, ha leído ya a muchos autores consagrados de occidente. Al joven Mishima le seducen Rilke, Proust, Cocteau, Wilde, Yeats, Whitman, Mann, D'Annuncio y Zweig, pero especialmente el francés Radiguet muerto a los veinte años tras escribir El baile del conde de Urgel; obra que él, a esa misma edad, leía una y otra vez; la terminaba y la volvía a comenzar.
     Para su biógrafo John Nathan, Mishima fue un hombre de múltiples personalidades; para Marguerite Yourcenar un narrador de las contradicciones humanas; para Henry Miller alguien que pretendía hacer un mundo mejor. Para psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, sin embargo..., un desmedido narcisista, una persona con un gran complejo de inferioridad, un perturbado que busca sentirse seguro, una persona enormemente vanidosa, un nihilista con una colección de máscaras, alguien sumido en un vacío existencial. Él dejará escrito que "la mayoría de los escritores son normales y se portan como perturbados".
     Pero para sus lectores y críticos Mishima es un autor con una exacerbada ansia de belleza y de perfección que vive obsesionado con el amor y con la muerte, alucinado por lo horrible y lo esplendoroso, desasosegado por el concepto de pureza y el de perversión y torturado por la dulzura y la crueldad. A pesar de todo ello, de lo que no cabe duda -y todos están de acuerdo- es de que llegó a ser uno de los más consumados estetas de su tiempo.


     Volvamos a su primera obra cumbre, aquella autobiografía escrita a los veintitrés años y publicada exactamente en 1949. Mishima ha estado trabajando en el Ministerio de Economía en el departamento bancario durante nueve meses, un trabajo burocrático con el cual alterna la escritura durmiendo no más de tres horas. Cuando lo abandona se decide a escribir y publicar Confesiones..., ¡pero lo hace para poder comer! Es la misma razón  por la que escribe aquellas novelas por entregas que despreciaba y que era capaz de redactar simultáneamente con las novelas de calidad. Y, no obstante, como muchos novelistas franceses sobrevivía -dice su biógrafo. Por aquellas fechas llegó a escribir diecisiete novelas por entregas para ganar el dinero necesario para subsistir.
     No se dará a conocer sin embargo entre nosotros por esa obra esencial; sus editores piensan que no será bien recibida puesto que se trata de la autobiografía de un homosexual. Ni Norteamérica ni Europa están todavía preparadas para ello. Será conocido por fin en el mundo occidental por una obra posterior: El rumor del oleaje, la primera que se llega a publicar en Europa.
     De ella, en la que no hay perversión ni sarcasmo alguno (todo lo contrario), él mismo dirá que les había tomado el pelo a sus lectores. Y no obstante está considerada por la crítica como uno de los grandes relatos de amor de la literatura de todos los tiempos; se trata de la historia de dos adolescentes en un mundo primitivo, idílico, elemental y arcádico con un argumento similar al de Dafnis y Cloe, el relato griego escrito en el siglo II de nuestra Era. No será por lo tanto conocida Confesiones de una máscara fuera de Japón hasta 1958, y ello probablemente gracias a Marguerite Yourcenar.


     ¿Pero cuáles eran los secretos de ese polifacético e infatigable escritor llamado Yukio Mishima el cual estuvo preparando el ritual de su suicidio por medio del hara-kiri durante seis años?
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(1) Yourcenar: Mishima o el fondo del vacío

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